martes, 3 de octubre de 2017

Nadie sabe donde

¿Dónde van los amores no correspondidos? Cuando son injustamente intercambiados por la misericordia de alguien que, sin ser capaz de aceptar un corazón en forma plena, decide compadecerse del ser que detrás de él habita.

¿Dónde vuela la esperanza? Cuando sus alas son cruelmente atadas por la piedad de quien, siendo inocente de ostentar culpa alguna por un desencuentro entre 2 almas, dicta la sentencia que la amarra a una prisión de desconsuelo.

¿Dónde viaja el aire? Ese que solía llenar de ilusiones de las habitaciones del hogar, que desoladamente se llenó del humo inerte que despiden los besos y las caricias que nunca nos dimos.

¿Donde habitan aquellas promesas? Que, desgatadas por el óxido del vacío del olvido, dejaron de alimentar la ilusión del futuro cuando se hicieron las maletas de los sueños que teníamos los 2.


¿Dónde caen los pétalos de aquella flor tan cálida y vívida? Que como víctima fatal del desamor, inocentemente se marchita con los restos del calor que alguna vez existió bajo los escombros del techo de nuestros abrazos... que aun, sin ti... me sigue abrigando.

lunes, 22 de mayo de 2017

Vientos frios, noches cálidas.

No había estrellas aquella noche. El cielo permanecía oscuro salvo por algún que otro relámpago que de manera intempestiva y silenciosa se hacía lugar en aquel invisible horizonte nebuloso. El viento gélido que aullaba en su incesante soplar acariciaba cruelmente su cuello, tras lo cual Alejandro no pudo más que acelerar un poco más sus pasos para llegar a ese lugar donde su mente ya se acogía. La calidez de aquel hogar que lo esperaba al final de ese trayecto que tantas veces había recorrido, no era diferente a la calidez de otros lugares donde había vivido. Pero si era una cándida y reconfortante sensación que, a diferencia de otros momentos de su vida, quería compartir con algún alma que se acoplara recíprocamente a la suya.

El siempre vio a las demás personas como si fueran lenguajes distintos. Cada uno con sus propias reglas y expresiones, y diferentes maneras de expresar las mismas cosas. A cada persona con su propia forma de ver y razonar, y a cada lengua con una historia como forja para ser lo que es hoy. De la misma manera que un “adiós” o un “te quiero” puedan decirse de incontables formas a lo largo del mundo, esas mismas palabras pueden tener innumerables significados según sea la persona que las diga.


La amistad que con su soledad había pactado lo llevaba a racionalizar cosas que no pueden ser medidas por la frialdad de una mente solitaria. Pero esta vez Alejandro ya no buscaba esa fría lógica detrás de la cual escondía su corazón, de quienes potencialmente podrían herirlo. Su defensa había sido refutada por unos ojos y una sonrisa que lo hicieron sentir nuevamente vulnerable y, paradójicamente, vivo. Latidos dentro suyo que ya desconocían la taquicardia que puede producir la eternidad que se esconde en los segundos que dura un cruce de miradas. Y que hiciera arder en su pecho una llama capaz de convertir en una hoguera a aquella noche fría, donde sin siquiera imaginarlo, jamás volvería a sentirse solo.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Viento en Contra

A veces cuando camino hacia algún lugar y siento al viento chocarse contra mí me pregunto cuál será el motor que lo impulsa hacia cualquier parte. De a tiempos calmado, y en otros colérico, suelo frenarme en el instante en que la primer ráfaga se estrella contra mi cara dejando mi mente en blanco por unas milésimas de segundo y que al volver en mi me hace preguntarme por qué iba hacia donde iba, o por qué llevaba en mi cabeza cosas que un abrir y cerrar de ojos ya olvidé.

Pensamientos que se desvanecen en ese pestañeo y que quedan detrás de una puerta giratoria en nuestra mente que una intempestiva ráfaga hizo girar para luego quedar en punto muerto y volver a soplar al instante en que recobramos la consciencia de que nos dirigíamos hacia algún lado pensando en algo ahora totalmente irrelevante.

Una brisa que me llevó a concluir que quizás los lugares a los que queremos ir no son los mismos en los que necesitamos estar. Y que tal vez, solo tal vez, no sea un vendaval de viento en contra un pesar que nos dificulte llegar a los destinos que queremos arribar, sino una señal que nos guie hacia algún oasis que por centrar la vista hacia adelante no vimos, o por la inercia de no parar dejamos atrás. Un rumbo paradisíaco dentro nuestro para observar, vivir, y descansar.

martes, 7 de junio de 2016

Remembranzas

Entre tantas cosas que he dicho y escuchado en mi vida creo que entre las más comunes están “tiempos dorados”. Siempre encerrando una nostalgia nacida de la comparación entre el tiempo presente y uno (sino varios) pasado, supuesto mejor que el primero. Entonces, de un chispazo de esos que nuestra mente suele darnos cuando se nos detiene el mundo durante unos instantes en que vemos algo más allá de la significancia obvia de esas 2 palabras, pensé que jamás dije ni oí a nadie decir que su “tiempo dorado” es hoy.

Y así, en el absurdo frenesí de razonamientos que una idea tan trivial puede llegar a darnos, intenté llegar a alguna conclusión que me dijera por qué es que esas 2 palabras solo se evocan en referencia al pasado, y la respuesta apareció ante mí como magia en la punta de mis dedos en el preciso momento en que tipeo estas líneas. Porque simplemente no tiene sentido vivir nuestro mejor momento pensando en si será o no el mejor de nuestras vidas, puesto que por el solo hecho de vivirlo y disfrutarlo al máximo nuestro optimismo innato y subconsciente nos dice que quizá haya otro mejor, pero sin detenernos mientras la ola que nos llevó a la cúspide de aquel tiempo nos arrastraba.

Y paradójicamente, me parece hasta irónico que el elemento que inicia en nosotros ese mecanismo de evocar aquel lapso de plenitud sea nada más y nada menos que la melancolía. Esa que, al pararnos a dar un respiro ante alguna adversidad, nos trae algo que nos es imposible traer de vuelta. Pero que, de la misma manera en que necesitamos caer para aprender a levantarnos, o llorar para sanar una herida, la necesitamos para apalancarnos hacia adelante, y poder abrir esa ventana que sin darnos cuenta cerramos. Y arriesgarnos a dejar que sople de nuevo ese viento que, si bien alguna vez pudo traer una tormenta, en otro tiempo supo traer aquella vivencia dorada.

sábado, 14 de mayo de 2016

Uno de esos días

Eran ya las 6 de la tarde cuando Alejandro se encontraba tomando un café durante su horario de descanso en el trabajo. La jornada hasta ese momento no había sido agotadora, como otras veces en las que ni siquiera podía tomarse esos 10 minutos para asentar un poco la cabeza, sino más bien tranquila, al punto de no sentir ninguna urgencia para llegar a la hora en que sus obligaciones diarias terminaran y poder emprender el viaje de vuelta para poder relajarse en la comodidad de su hogar.

Había sido un día frio, y ya a tan temprana hora se podía ver como el sol se iba escondiendo para dar paso a una de las frías y largas noches que en épocas otoño-invernales tienen lugar. Y fue ahí cuando sus oídos captaron el sonido que él creía no tener más significado. Y a si mismo, sus labios formaron involuntariamente una tenue sonrisa seguida por un destello en su memoria, como si en un cine se encontrara y fueran esos mismos recuerdos, que aquella gota de agua le evocaban, la película del día.

El resueno de aquel sonido hizo soplar fuerte viento dentro suyo que por un instante lo llevó hacia páginas de su historia ya escrita por el mismo. Páginas de un capítulo de momentos muy atesorados por él que el ya consideraba cerrado, junto a aquel deseo que aquella infame estrella, que cruzó sus caminos, se negó a cumplir.

Y de esa manera, la calma que había protagonizado su día se desvaneció para dar lugar a ansiedad de volver a hablarle, preguntarle cómo había estado y poder imaginar nuevamente su sonrisa ante aquellos comentarios que le hacía con ese solo fin. Pero luego recordó que hace varias horas había sido él quien desafió la indiferencia que entre ellos había para darle un saludo en un día tan especial para ella. Y aun así, el rogo que hubiera algo más en su contestación, algún indicio de reciprocidad en la nostalgia que en ese momento lo abrazaba.


Y así, como si las horas pasaran tan rápido como los segundos, llegó al final de su día con la determinación de que si bien aquellas remembranzas jamás abandonarán su corazón, tampoco sucumbiría a ellas. Dejando solamente la opción de seguir viviendo, hasta asimilarla como un desencuentro más o que el capricho de alguna lejana y piadosa estrella los junte una vez más.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Experiencias

Era una tarde calurosa y fresca a la vez la de aquel viernes a las 19:45 hs. Alejandro empezaba a sentir el desgaste en su cuerpo luego de correr tres cuartos de hora, y faltando aun otro más para que finalizara el partido de fútbol 5 que acostumbraba jugar todas las semanas. La suya fue una más entre las restantes 9 caras de alivio que vio cuando sonó la chicharra que anunciaba el final de su turno. La cerveza no se hizo esperar y fue bendito aquel primer trago que, entre chistes y carcajadas, se abrió paso velozmente desde su boca hasta su estómago bajando con un golpe de frescura las pulsaciones que en su pecho todavía repiqueteaban.

Ya finalizado el segundo acto del encuentro, no demoró mucho en llegar a su casa y, con el placer que le brindaba el agotamiento de la actividad física, se metió en la ducha. Sintió una calma feroz cuando el agua semifria comenzó a recorrer su cuerpo, inmovilizándolo por unos instantes. Y así, como si su cabeza hubiera buscando aleatoriamente un recuerdo, sin tener este ningún tipo de relación con lo acontecido durante su día, o incluso durante toda la semana, la recordó a ella.

Alejandro abrió los ojos de golpe, como si hubiera despertado de un sueño y comenzó a lavarse. Aquella remembranza ya no lo perseguía. De alguna manera (que no supo identificar) se había impermeabilizado de la melancolía que se filtraba en el cuando su memoria invocaba aquellos ojos y aquel rostro. Era como si la viera a través de una ventana cerrada que daba a una galería donde habitaban todos sus recuerdos. El sabía bien que ella jamás volvería a su lado, pero que tampoco sería capaz de borrarla de su vida. Y así, en el análisis de aquella paradoja, dejó al tiempo a cargo de su herida, para que llegado el día en que otro corazón entre a su vida, ella ya no sea una pena del pasado... sino una experiencia para su presente.




jueves, 12 de noviembre de 2015

Razones sin sentido.

Debe ser así, concluyó él, la forma en que la vida va poniendo tintas en las páginas  de nuestra historia es como el soplar del viento. Caprichoso y voraz algunas veces, tanto que ya nos encontramos volando a su merced cuando nos damos cuenta, envueltos entre ráfagas de decisiones que no nos dejan más que a nuestro impulso e instinto para guiarnos hacia la salida del laberinto que nos encierra. Y muchas otras, es imperceptiblemente calmo, como esos feroces latidos en nuestro pecho que por costumbre de estar vivos ignoramos.

Esa fue la reflexión con la que Alejandro llegó a conciliar el sueño aquella noche. Luego de un día con logros en sus deberes y una buena carga de ejercicio físico, le siguió una serie de desencuentros que, desde el vaso medio lleno, le quitó una gran incertidumbre de sus hombros. Una relajación perturbante por el giro inesperado que muchas cosas suelen tener cuando más creemos saber sobre ellas. Y fue la gran necesidad de encontrar algún hilo de lógica a todo lo que le sucedió en esos pocos minutos lo que derivó en ese razonamiento que no le dejó más opción que rendirse a la voluntad de quién trazó los planes para encontrarse ahora en ese estado.


Alejandro siempre priorizó, incluso antes que su propia opinión, la empatía con los demás para poder comprender como se ven las mismas cosas a través de los ojos de otra persona. Y eso lo ayudaba a entender, pero no siempre a aceptar. Y es esto último lo que a él le costaba: aceptar que, sea por una suerte ya echada de antemano o por el propio riesgo de no ser correspondido, ya no la volverá a ver.